Pocas veces he podido asistir a una exposición de una historieta colombiana. Quizás este no sea un camino común para dar a conocer una obra o falten espacios que propicien este tipo de muestras. De hecho, algunos dicen tajantemente que no tiene sentido hacer una exposición de cómic, que ese no es su espacio. Pero, por el contrario, creo que los lectores agradecemos encontrar cada vez más exposiciones como “Camino a L”, que nos permiten ver el resto del iceberg; lo que está detrás de cada viñeta.
En esta exposición, que estará montada en el taller de la Bruja Riso hasta el 31 de marzo de 2021, Luis Echavarría parece no ocultar nada. Ni los balbuceos y garabatos iniciales, ni los trazos dubitativos, ni cada uno de los períodos de creación que tuvo en el transcurso de 10 años y que hicieron posible que “Liborina”, (Planeta cómic, 2020), fuese publicado. Incluso muestra reproducciones impresas de las páginas que se hicieron en digital.


Página de Liborina entintada con tinta china, pincel y plumilla.
En esta exposición, Luis Echavarría parece no ocultar nada.
En dos paredes perpendiculares –como queda un libro al ser abierto— se extienden todas las páginas entintadas de Liborina en su dimensión original: 11 x 14 pulgadas, un poco más grande que el libro impreso. En estas páginas el trazo se muestra pulcro, aún sin color, por lo que el papel y la tinta china dejan ver los pasos de la plumilla y el pincel, también se observan algunos detalles hechos con bolígrafo morado o rosado, correcciones sobre tinta blanca y algunos espacios que serían llenados luego, en otra fase. Echavarría es aún un historietista clásico: de esos que crean desde el papel hacia el papel, –hasta los textos fueron realizados a mano— reserva lo digital para lo mínimo, para otras fases como el color, aunque sospecho que si el tiempo se lo hubiese permitido también lo hubiese hecho en análogo.
Pero no es en estas paredes donde Luis se muestra más sincero. Sobre una mesa reposan diferentes publicaciones y libretas, que dan cuenta de cada una de las pequeñas decisiones que llevaron a Liborina. Un primer fanzine, homónimo a la novela gráfica ahora publicada por Planeta, es la génesis del proyecto, está en inglés, a blanco y negro, en un formato pequeño, no alcanza las 20 páginas y data de 2010. Desde entonces Luis supo que esa idea ucrónica sobre un pueblo antioqueño donde la endogamia y la violencia eran asuntos normalizados, daba para más.


Libretas y maquetas donde se gestó Liborina.
Pero para hacer de Liborina el libro que es ahora tuvieron que llenarse muchas más páginas que, por supuesto, también nos deja escudriñar: el guion literario inicial, varias libretas con esbozos, estudios, mapas de la trama, diálogos, diseños de personajes que fueron convirtiéndose en Raúl, Julieta y Martín, ensayos, una maqueta hecha por el afán de ver algo impreso, la libreta de cuando en 2016 ganó el Estímulo de la Alcaldía de Medellín para creación de cómic y no alcanzó a terminar, la libreta de cuando firmó con Planeta, pruebas de color, trazos y más trazos.
En otra esquina, se pueden detallar otras búsquedas y pasos, en una pared pequeña se exhiben algunos referentes fotográficos para la construcción del pueblo y la vegetación, así como algunas fotos de sí mismo para algunas poses y gestos, páginas que fueron descartadas, pruebas de impresión, exploraciones de la paleta a usar, y hasta la libreta en la que, casi como un ritual, Echavarría ‘peinaba’ el pincel con el cual entintó las páginas de Liborina.
En una última pared, cuyo fondo evoca un corredor colorido que los lectores sabrán reconocer, se expone el proceso de creación de la portada: un par de propuestas que fueron descartadas, una tipografía que no fue, algunos comentarios del autor, la referencia de diseño que se empleó, así como el original de la portada con la que ahora encontramos Liborina en el mercado o en nuestra biblioteca.


Todo “Camino a L” cuenta la historia detrás del libro y le añade otra capa, esa que nos recuerda que el libro, ese que leemos de forma fluida y sin tropiezos, es el resultado de horas, días y años de trabajo del autor. No solo narra el proceso de construcción de Liborina en sí, sino también el crecimiento de un autor que supo reconocer, hace diez años, el talante de la obra a la que se enfrentaba incluso antes de construirla, y de todos aquellos pasos que fueron necesarios en su propio aprendizaje para poder llevarla a cabo satisfactoriamente. En términos coloquiales se podría decir que “Camino a L” muestra cómo la trocha se hace camino, y este último se vuelve lugar.


Detalles del proceso de creación de la portada.


Vista general de la exposición “Camino a L”.