Este reportaje fue comisionado para la sección Entreviñetas, en el diario El Espectador, y publicado originalmente el 23 de octubre de 2018. Se reproduce con su autorización.
Textos de Juan David Jaramillo y dibujos de Pablo Pérez


En los próximos meses este lugar no existirá más. Fundado en 2003 por estudiantes graduados del Instituto de Bellas Artes, Taller Siete abrió cuando aún no se había popularizado el internet en la ciudad. Era otra Medellín en la que había escasamente dos curadores autoproclamados rigiendo la escena institucional y privada. Por fuera de ese circuito otras personas querían tener un simple taller de arte. El mayor hallazgo fue descubrir que su público específico era la comunidad artística, y que podían ofrecer la casa misma para otros usos sin el hermetismo curatorial de los espacios institucionales. Y sucedió en 2004: José Antonio Suárez, dibujante, los visita por mediación de Julián Urrego, uno de los nueve fundadores del Taller, y, al ver cómo la luz transitaba sin interrupciones durante el día en ambos patios, propone «dibujar dentro de ocho días la mañana». «Hágale», le respondieron. Y el grupo de dibujo se extendió catorce años, constituyéndose orgánicamente como una de las actividades con las sesiones más estables y representativas del taller. En 2017, sobre las paredes de la vieja casa (de arquitectura entre colonial y republicana de mediados del siglo XX) cuatrocientos dibujos recordaron la luz que los había insinuado en una exposición retrospectiva. Para noviembre de 2018 está agendada la última sesión.


Dos décadas atrás la ciudad no era la misma culturalmente. El teatro, la danza, la música y la plástica rumiaban la escena local sujetas a lo institucional. Los colectivos y espacios independientes dedicados al arte, al trabajo en equipo y a la autogestión cultural apenas despertaban. Los quiebres y los encuentros comenzaron entre casas viejas, pequeñas galerías, parques, bares. Conversar, conocerse, compararse, todo eso fue impulsando un crecimiento nodal que terminó por potenciar y poner a conversar la incipiente pero nueva escena local, primero consigo misma y luego con la institucionalidad de tú a tú, haciendo posible la visita, la pregunta, el reconocimiento, el empoderamiento de los colectivos emergentes y de los artistas que los conformaban. Una conversación consolidada desde el hacer, desde el encuentro y choque de discursos.Taller Siete no solo ha sido una casa para el dibujo, inició una transformación en los espacios culturales para la gráfica en Medellín.
Mauricio Carmona y Adriana Pineda, los que quedan de ese grupo inicial de nueve, han alargado quince años su propia raya, pero han decidido, finalmente, contemplar el cierre del espacio mientras allá, afuera, se consolidan nuevos lugares.


Como Libros Antimateria, ubicada en el Barrio Laureles, de propiedad de Joni Benjumea (Joni B), historietista; y Melisa Martínez, física.
—Joni, ¿Libros Antimateria es una librería especializada en literatura y cómic?
—Nos gustaría. Aún así y aunque creería que tenemos la sección más grande de cómic en Medellín, el material que podemos conseguir no nos da para decir que nos especializamos en cómic.
Durante el Festival Entreviñetas, Antimateria ha sido sede de algunas charlas con invitados, presentaciones de libros, talleres. Autores como María Luque, Tateé, Powerpaola, han pasado por allí y, habitualmente, otros autores como Pablo Marín, Wil Zapata, Byron Alaff han ido a comprar y a encargar libros que no encontraron en otras partes, a dejar sus historietas, a tomarse una cerveza, o a saludar.
— Joni, respecto al cómic, ¿ve este lugar como un nodo?
— Para cualquier cosa. Entre las charlas que se han hecho puede que el cómic ocupe un treinta por ciento; se ha hablado de literatura y de cosas completamente diferentes.
— ¿Qué opina de esos espacios independientes que surgieron hace algunos años en los que había talleres de dibujo, exposiciones…?
— Está bien que existan; a veces pueden ser contraproducentes…
— ¿Por la unificación de voces?
— Exacto.


Hace cerca de diez años el cómic local tuvo uno nuevo impulso con las redes sociales. Para los autores era más fácil llegar a la gente con ayuda de internet. Champe Ramírez, hizo parte de ese nuevo boom en Bogotá. Ahora vive en Medellín desde hace más de un año. Es gestor cultural y llegó para probar suerte y posicionar en la ciudad el FICCO (Festival Independiente de Cómic Colombiano) con la ayuda de su colega Carlos Granda. «Pueblo chiquito, infierno grande», afirma sin apuros en un esfuerzo por dejar claro que las conversaciones no han sido fáciles con la escena local. Puso a disposición sus conocimientos para hacer talleres y charlas sobre cómic, también la colección de cómics que tenía su fundación El cómic en línea.
—¿Adónde debería apuntar una escena del cómic?
—A hacer un gremio que tenga unas reglas establecidas. Hace falta educación para los historietistas, desde el cómo dibujar hasta el cómo vender, hacen falta canales de distribución interna, mejor publicidad. Si usted quiere hacer negocio de cómic, tómeselo como un negocio, no como algo que haga en su tiempo libre.
Y tiempo libre es lo que menos le queda a Champe por estos días. Y como le sucede a otros autores que intentan crear y gestionar espacios, lleva meses sin dibujar. Aunque lo admite y asume sin asomo de tristeza. Recientemente se hizo socio y administrador de la Casa de la Cultura Friki, ubicada en un primer piso en el Barrio Calasanz. Equipada con mesas para juegos de rol; un cibercafé con internet por fibra óptica y computadoras equipadas para jugar en línea; consolas de Nintendo y Playstation; una comiteca o biblioteca de cómics de consulta gratuita y con ejemplares de algunos países de Asia, América y Europa. De Colombia desde Zape Pelele, Agente NaranJA!, ACME, hasta cómics y fanzines contemporáneos, todo para consulta y venta. El espacio comenzó como una Gamer House y ha cambiado de estrategia varias veces para intentar ser rentable.


Dos años atrás Surco Records comenzó como una tienda de música en Laureles. Solo hasta el 2017, instalado en el nuevo local de dos plantas, ubicado sobre la Calle 33 del Barrio Conquistadores, lograron convertirlo en un espacio que además de vender discos y cervezas también programa exposiciones de dibujo y cómic. Sus propietarios, José Santamaría, músico, y Álvaro Vélez (Truchafrita), historietista, combinaron sus dos obsesiones y oficios para crear un espacio que ha sabido articularse como un nodo cultural independiente.
Durante el último año han montado cerca de diez exposiciones en cuya curaduría también ha participado el historietista Marco Noreña. La más reciente recibió la obra autobiográfica de Andrea Ganuza, historietista española.
La idea es posicionar a Surco como un espacio expositivo permanente.
—¿Álvaro, hay un mercado para la historieta en Medellín?
—No, es que se trata es de iniciar la creación de más espacios. Mi interés principal es la historieta, no ganar dinero. No estoy en contra, pero conozco el medio… Me basta con que el local se mantenga. Para que haya un público debe haber un espacio.


Un espacio, pero también una voz, coral, como la que buscaron los ilustradores Mónica Betancur, Catalina Vásquez y Nelson Correa con Charlemos a comienzos de 2018. Charlemos, una iniciativa que puede ser entendida como una comunidad y a la vez como un evento, consiste en charlas de dos horas de duración con entrada libre dictadas por invitados que desarrollan un tema de interés (como la animación, la presentación de proyectos, la creación de portafolios) para la comunidad de dibujantes de la ciudad y el público general.
El primer encuentro sucedió en un bar contiguo al Parque del Poblado, sin tema y a modo de diagnóstico, fue una oportunidad para la catarsis colectiva que arrojó verdades como que «los ilustradores no saben gestionar derechos de autor», cuenta Catalina. Asistieron dibujantes locales con trayectoria: Elizabeth Builes, Samuel Castaño, Raeioul, Titania… y cerca de cincuenta personas más que debatieron sobre la necesidad de tener un espacio para dialogar, organizarse y, sobre todo, reconocerse.
Con sesiones quincenales en el Parque Explora han tenido charlas con aforos hasta de cien personas.
—¿Pretenden tener la mente abierta con los temas y los invitados?
—Tratamos de no cerrarnos a la ilustración editorial o infantil, y que no sean los mismos con las mismas.


Algo por lo que también se han esforzado los tres tercios creativos de El Faire: Ximena Escobar, María del Pilar Botero y Luis Echavarría.
Ximena estudió diseño gráfico e ilustración; quería vivir y trabajar en Medellín, pero sentía que no pasaba nada en la ciudad. En compañía de Pilar decidió hacer una primera muestra sin intenciones comerciales para que ilustradores, historietistas y fotógrafos tuvieran un espacio para sus trabajos. Tomó como referentes ferias de otras ciudades, como Londres, en donde estudió. Era un intento por diagnosticar lo que estaba pasando con la escena local que derivó en cuatro ediciones de El Faire (y contando).
Luis, historietista, quien solo desde el año pasado hace parte del equipo, dice que llenar esos espacios con historietas ha sido complicado porque es una escena muy incipiente, lo que lo llevó a invitar artistas nacionales: Luto, de Cali, y Edd Muñoz, de Manizales, fueron los afortunados. Luego se sumarían artistas de otros países. «La historieta es muy interesante para la gente, pero es una responsabilidad muy grande de trabajo; muchos no lo asumen: publican una vez y no lo vuelven a hacer». Afirma.
Para Pilar, ingeniera, la apuesta ha sido más administrativa: «Hago el Excel que nadie quiere hacer». Su trabajo ha sido descubrir cómo conversa la ciudad, no solo con El Faire, también con la creación y gestión de eventos culturales y políticas públicas en otros proyectos, con espacios en donde «el Estado debería estar presente».


En Un Nuevo Error, creada y administrada por Alejandro Metaute, publicista, y David Rodríguez, diseñador gráfico, la respuesta a ese vacío ha sido este mensaje que se lee en sus redes sociales: «Bienvenidas las feas artes. Zona temporalmente autónoma. Casa en Belén, Medellín, habitada por personas experimentando con imágenes, textos y formas». Aunque al visitarlos se puede descubrir que es una perra pequeña, de color café claro, quien recibe las visitas. Una vez adentro, desde el patio se logra ver el interior de todos los talleres de los ilustradores. Alguno de esos, los de Mariana Álvarez Matijašević y Elizabeth Builes. Cuando visitamos la casa, la ilustradora e historietista Ana López (Cabizbaja) dibujaba con lápices rojos y azules una de las páginas de su primera novela gráfica, financiada con una beca de la Alcaldía de Medellín que había ganado en meses anteriores. La saludamos y seguimos hasta una mesa amplia de madera en la que Metaute y Rodríguez habían dispuesto un frasco de conserva con un líquido amarillo adentro. Siéntense, dijeron. Nos sentamos. ¿Ron? Bueno. Nos reímos. Y dispusimos las sillas como si se fuese a desatar una partida de póquer. Rec a la grabadora de audio, y preguntamos. Intentando atrapar en un archivo digital todo lo bueno que se respira allí.


Inasible también es la iniciativa internacional de Urban Sketchers, que no propone un único espacio, sino la ciudad, toda, como lugar de encuentro para el dibujo. «Mostramos el mundo, dibujo a dibujo», reza un punto de su manifiesto. En Latinoamérica hacen parte oficial del movimiento Quito, São Paulo, Buenos Aires y Medellín con el grupo que lidera el ilustrador Nelson Correa (Nel).
— ¿Hay crítica sobre los resultados, Nel?
— Conversamos desde la experiencia de haber dibujado. De hacerlo en forma análoga. Y de publicar por medio de las redes. Este es un tema de disfrutar la ciudad, conocerla y dibujarla para compartirla con el mundo. ¿Qué es un buen dibujo finalmente? Todos tenemos nuestro propio dibujo.


Una sentencia que Saúl Valencia, caricaturista de humor gráfico, ha logrado comprobar a lo largo de dieciocho años como director de la Escuela de Cómic de Medellín en su sede de la Calle San Juan, fomentando en niños, adolescentes y adultos, junto a su equipo humano y con su experticia, el desarrollo de competencias y habilidades para la escritura de guiones para historietas, el dibujo y otras manifestaciones estéticas. Es un espacio de formación y para compartir «Aquí no ponemos notas, no imponemos ni calificamos nada. La idea es llevar el noveno arte y la creatividad a un futuro bien bacano para desarrollar los nuevos talentos», asegura con un entusiasmo contagioso.


Comparable con el que se siente en la sede del colectivo La Salida, conformado por comunicadores audiovisuales, traductores, artistas plásticos, fanzineros, carpinteros. A La Salida se entra por la salida. O, más propiamente, por el garaje de una casa en el barrio Fátima, pues la puerta principal ha sido parapetada para convertir la sala en taller de dibujo y escenario sobre el que han posado decenas de cuerpos desnudos en infinidad de posiciones para ser esbozados, incluso, con puntadas de hilo. La primera vez que los contacté, les propuse una entrevista al desnudo mientras me dibujaban. Se negaron. No insistí.
Varios de sus integrantes han hecho parte de otros colectivos en la ciudad (como el grupo de dibujo en Taller Siete), y desde allí han hecho propuestas en aparente oposición a otros como Entreviñetas, con Antiviñetas. Fricciones necesarias en los espacios de creación y que demuestran una escena viva, palpitante.
Ahora no solo son los artistas o el arte el germen de los espacios alternativos que acogen el dibujo y otras manifestaciones estéticas, el cisma cultural de hace veinte años continúa fracturando viejas formas, de las que prevalecen algunas ruinas, se abrieron nuevas perspectivas y visiones de mundo y se posibilitó un relevo generacional y una circulación de unos en los espacios y oficios de otros. Hoy, estos espacios que parecen residir en la intermitencia, son producto de una hibridación de profesiones, saberes, experticias, provocaciones y yerros. El espíritu que los conforma tiene que ver con una actitud frente a la vida que tienen sus integrantes, y que va en oposición a la pertinacia de las instituciones, a su disputa con la duda racional, con lo sensible, con lo lúdico, con lo errático, con lo que se deshace en manos contables.
Imaginemos lo que puede suceder, y sucede, en lugares como estos. Las múltiples posibilidades que se esbozan en ellos con las prácticas artísticas como salto al universo. Imaginemos y hagamos posible un dibujo completo, habitable, así.